sábado, 3 de noviembre de 2007

Aula y práctica docente: escenario y acción del maestro. Por Fernando Hernández López

El significado auténtico de la educación radica en la práctica docente que realiza el maestro en un espacio y tiempo determinados en compañía inseparable de su alumno. Platón fue un ejemplo claro de esta relación; lo mismo podemos decir de Pestalozzi, de Paulo Freire, de Rafael Ramírez y Carlos A. Carrillo, sin querer dejar a tus maestros en el cajón del olvido.
Desde luego, este acuerdo tiene un marco teórico de referencia (con el sentido filosófico de su momento histórico) y una norma política de ordenamiento (que define al propósito como sistema). El producto final de este binomio recae sobre la formación humana de los educandos, y en ello radica el valor filosófico de las acciones y el efecto prospectivo de las generaciones sociales. La realidad de este hecho radica en el aula, y la forma palpable, en la práctica docente que ejecuta cotidianamente el maestro. De ellos dos hablaré someramente en las siguientes líneas, sin querer decir que es lo único y concluyente en su concepción y territorio.
El aula es un espacio de encuentro, dice López Calva, donde se dan cita las libertades y se potencializan los horizontes, situación que favorece la autoconstrucción personal del educando y la construcción compartida del grupo humano. Es al mismo tiempo, un espacio de descubrimientos donde la experiencia, la inteligencia, la reflexión y deliberación promueven oportunamente el contexto formativo de todas las capacidades y habilidades del ser humano sobre el marco del diálogo e interpretación del mundo y de la vida. El aula es el lugar donde el maestro ejerce con propiedad (entendiendo el término como liderazgo intelectual y dominio cultural) su práctica docente y cumple, con cabal responsabilidad, su función profesional.
¿Estas de acuerdo, estimado maestro, o tienes otra dimensión de este primer aspecto?
La práctica docente es la acción misma de la función del maestro, donde se ponen en juego sus habilidades en combinación con sus capacidades preparatorias (pedagógicas, epistemológicas, didácticas, etc.) para conllevarlas al proceso de enseñanza y aglutinarlas en la conciencia y cuerpo del educando bajo el resguardo potencial del aprendizaje. Su valor encierra, por su naturaleza humana y relación social, la forma más digna del encuentro histórico del hombre, y el deseo más profundo por encontrar la identidad personal, porque descubre y desarrolla las capacidades innatas del espíritu humano y lo supera para adaptarlo al mundo y enfrentar sus vicisitudes, bajo la hegemónica virtud de su inteligencia.
Esta tarea no es fácil; requiere de quien la ejerce, una preparación plural en cuanto al universo cultural que existe, una noción muy clara de la función educadora, un conocimiento profundo de la capacidad y la conducta humanas, y un marco sustentable y seguro del proceso de enseñanza.
Bajo estas condiciones, estimado maestro:
- ¿El contexto de tu propia concepción abarca estos requisitos?
- Los mencionados en este breve texto ¿cumplen con las demandas y necesidades de los niños y adolescentes de nuestro tiempo?
- ¿O son suficientes para continuar la labor educativa en medio del desarrollo globalizante del nuevo milenio?
Reflexiona y responde, porque eres parte importante y dinamizadora de los procesos transformadores de la práctica docente, de tu propio ejercicio, de tu propia función, de tu propia conciencia y reveladora historia de la educación.

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